La historia de la fundación de Macondo y de la familia Buendía es un viaje asombroso que Gabriel García Marquéz narra con una calidad poetica y narrativa espectacular. Abrir las páginas del libro es adentrarse al mundo inverosimil de sucesos que el realismo mágico contiene en el margen de una coherencia latinoaméricana que nuestro siglo ha ido perdiendo en la globalización y el mundo digital.
La fundación de un pueblo es algo que pasa por alto nuestra imaginación. No ya el mero dato de clase de historia, donde las fechas se confunden con números presindibles. Algo más humano y de índole mitologica con la cual podríamos poner en contexto nuestro presente, enriquecerlo colocándole las piezas que hacen falta en los lugares más indicados de la memoria y de la memoria generacional. Tan solo ponerme a pensar en las historias que almacenan la casa, la calle, el vecindario, el barrio, el municipio, es un ejercicio creador de nostalgia y de curiosidad. Y es triste el hecho de que se vayan perdiendo en cada muerte de nuestros mayores las anécdotas, las perspectivas emocionales que aglomeran las región de nuestro país. Imaginar con el filtro de la curiosidad en la mirada multitudinaria de quienes vieron en su infancia, en su adolescencia o en su madurez un lugar de seguro tan distinto al actual que es difícil compararlos; que un pedazo del hilo histórico se extravía en cada desaparecido, en cada uno de los que se van para siempre.. Y que el olvido sea el gran arrazador de pueblos y de ciudades.
Cuando estaba leyendo 100 años de soledad llegaron a mí dos datos que se asemejan al trabajo general del libro sobre hablarnos de la fundación de un sitio y de sus primeros pobladores. El primero fue descubrir en el libro de «Cartas de relación» de Hernán Cortes un mapa antiguo donde aparece Coyotepec (lugar donde vivo y escribo esto) entre los varios lugares señalados; pensaba en la longevidad del lugar y la desconexión total de aquellos primeros pobladores tan lejanos en tantos aspectos que pensarlos es en cierto modo pensar en extranjeros. Y que los siglos han borrado totalmente esos rostros que vieron plenamente descubierto este lugar, las lomas sin ninguna construcción humana o sin ningun trazo de camino. El segundo dato fue la comunicación con un tío, primo de mi mamá que me habló de la casa donde pasé mi infancia y como fue adquirida, lo que resultó en la revelación de secretos familiares que hoy por hoy ya no pueden sostenerse porque el tiempo y la falta de moral han descarapelado como pared vieja la realidad oculta de dicha propiedad; conversación que me hizo ser más conciente del árbol genealógico y su riqueza en historias de amor, de odio, de ayudas, venganzas, amistades y relaciones que nos vinculan a cada uno de quienes estamos desarrollando las ramas nuevas.
Gabriel García Marquéz va colocando esas experiencias en el libro, lo que sigue después de una fundación: los primeros muertos, los primeros descubrimientos y emprendimientos, los primeros amores y decepciones, las primeras casas, el primer burdel, el primer tren, la primera masacre, la primera gran fiesta. A lo largo de la historia Macondo crece y madura y se vuelve revelde como adolescente y se vuelve nostalgico como una madurez solitaria o conmocionada por las grandes sentimientos acumulados. La familia Buendía es el eje principal, el motor por el cual el pueblo empieza a funcionar ya sea para bien o para desgracia. Y te seintes atraidos por sus vicios y sus pensamientos.
Y si uno va a los tantos pueblos que la ciudades no han devorado, los pobladores narran situaciones tan extraordinarias como las que acontecen en Macondo. Porque muchas de esos acontecimientos del libro parecen sacados de estos sitios. A mí me ha tocado escuchar aquí cosas que pueden aparecer en Macondo: dinero enterrado de las diligencias revolucionarias cuyo acto de presencia se manifiesta en fuegos misteriosos o señalados por espitirus femeninos en sueños; los nahuales que roban puercos hipnotizándolos y llevándolos en fila por entre las calles nocturnas; misteriosas bolas de fuego que danzan en las cimas de las colinas y que a alguien se le ocurrió llamarle brujas; animales sobrenaturales que rondan los techos por las noches; serpientes fantasmagoricas que recorren entre el vaho nocturno el panteón. Aquí la imaginación y la realidad se mezclan.
Gabriel García Marquéz no es un desconocido para mí, ya con tres libros anteriores leídos de su autoría: «Crónica de una muerte anunciada», «La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada» y, recientemente, «La hojarasca». Me hacen descubrir el potencial de un escritor tan querido en su tiempo y en el actual.
Me sentía tan impactado emocionalmente cuando el Gabo se adentra en los últimos pensamientos de José Arcadio Buendía, en Arcadio y del último Aureliano. Me llenó de intriga el pensamiento de Rebeca y el porqué mató a Jósé Arcadio. Me fascinó la claridad que le da la ceguera a Úrsula Iguarán en su vejez. Tan misterioso fue para mí el hermetismo de Amaranta o el lugar a donde fue Santa Sofía de la Piedad.se fue. Y el olor de Remedios la bella que dejaba en los lugares donde andaba. Es tan diverso el libro que me ha gustado lo mismo que Don Quijote, Rayuela o Los miserables.
Además ese gran acto de conexión con la literatura de su presente agregando referencias de Rayuela o de Artemio Cruz me hizo sentirme más encariñado con la historia y saber que el mundo de la literatura es un lugar entrelazado, no solo por situaciones, sino que más allá de los libros existieron grandes amistades que trascendieron fronteras. Lo que mencionaba Borges, eso de que la literatura es una comunidad fraternal de amigos que se hablan traspasando las fronteras del tiempo.